15 agosto 2010

Efecto del aceite de coco como pediculicida

La pediculosis es el resultado de la infección por piojos -insectos parásitos que sobreviven alimentándose de la sangre. Como la información sobre estos temas es divulgada de forma amplia por la red (aconsejo los siguientes enlaces 1,2) desarrollaré la aplicación de medios naturales para su desparasitación.
El aceite de coco es un aceite vegetal  que contiene cerca del 90% de ácidos saturados extraídos mediante prensado de la pulpa de los cocos (Cocos nucifera), en el campo de la salud se emplea fundamentalmente como humectante (en forma de jabones) y actúa sobre la piel como una capa protectora ayudando a retener la humedad. Actúa como un aceite suave y sedoso muy recomendado para la piel irritada e inflamada y también se recomienda para aquellas personas que tienen una piel sensible. Es un excelente acondicionador sin enjuague para el cabello si es aplicado en pequeñas cantidades en las puntas, con el cabello limpio, y nunca sobre el cuero cabelludo, ya que este produce sus propios aceites (3).

Al contrario que los diferentes productos químicos que existen  en el mercado: piretrinas, organofosforados,... que generan resistencias en el parásito y daña la piel de la persona pudiendo llegar a ser muy tóxico y perjudicial sobre todo en niños pequeños. Los derivados del aceite de coco son ingredientes pediculicidas naturales, eficaces y seguros, inocuos para el cuerpo humano, no irritantes y que por su mecanismo de acción evitan que se creen resistencias.

Modo de uso:
Con la finalidad de conseguir una máxima eficacia antiparasitaria, el preparado debe aplicarse en seco, ayudado de un masaje y de forma que cubra la totalidad del
cabello. El tiempo de permanencia no debe ser inferior a 15 min, tras lo que se aclarará con agua templada y se peinará el cabello minuciosamente con la lendrera. Para maximizar la efectividad del tratamiento, éste deberá repetirse los días 7 y 14 para interrumpir el ciclo vital del parásito

Eduard Punset: Las fronteras son un invento

Desde mi ventana volcada sobre la ría de Cedeira, en Galicia, el espacio y el tiempo acaban de variar ligeramente. Todo sigue igual, aparentemente, que hace un rato; el único cambio –imperceptible a los ojos de los forasteros– consiste en que la proa de los barcos anclados en la ría ahora apuntan a mi ventana, cuando hasta hace menos de dos horas señalaban a mi izquierda.

Sólo percibimos los detalles insignificantes del universo; pero hay suficiente variación en esos pequeños detalles para poder imaginar las estructuras gigantescas de estrellas y galaxias que realmente lo componen. Igual ocurre en la vida cotidiana. Cambios de humor casi imperceptibles para la gente ajena del lugar dejan traslucir verdaderos seísmos colectivos que interrumpirían el aliento si pudiéramos sentirlos. ¿Quién no tiene la sensación de que algo muy parecido está ocurriendo ahora en las sociedades europeas?
De cada cinco personas, una está agobiada por la depresión u otra enfermedad mental. Se calcula que hasta un 20 por ciento de la población está seriamente afectada, redundando ello en tasas insospechadas de absentismo. El coeficiente de fracaso escolar en países como España está alcanzando niveles alarmantes que cuestionan el actual sistema educativo y la estructura escandalosa –por la cifra de parados– del mercado laboral. ¿Qué está ocurriendo realmente?

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