Era previsible y ya es inevitable. Hay que hablar de la relación entre el paro y la salud mental. Aunque parezca simple, el tema es complejo y espinoso. Hay muchas cuestiones implicadas. La primera es si realmente el paro afecta a la salud mental. Otra es si al intervenir desde la salud mental no se corre el riesgo de psiquiatrizar un problema de la vida cotidiana, y si al calificar a esas personas como enfermas no estaremos justificando a las administraciones o la sociedad para que no lo resuelvan como es debido.
Con respecto a la primera cuestión, las cosas no están tan claras como pudiera parecer. Lo sencillo es achacar al paro una alta potencialidad morbosa y deducir de ello que aumentarán las consultas psiquiátricas, las depresiones, los suicidios, etc. Un conocido psiquiatra español ha sugerido recientemente que "el paro aumenta el número de muertes prematuras y de suicidios", pero los datos que apoyan esta afirmación son americanos y de 1980.
Por esa época, cuando las tasas de paro en España eran muy similares a las actuales (tres millones de parados, 20% de la población activa) nos ocupamos de ello (mediante un estudio que se publicó en Actas de las I Jornadas de Trabajo Social y Salud) y al comparar parados con empleados vimos que entre aquellos abundaban las personas jóvenes, varones, con esquizofrenias y trastornos por sustancias, pero había menos depresiones y otras enfermedades afectivas y no detectamos más intentos de suicidio.
Otro estudio español de aquella época (1995) evidenció que el riesgo de malestar psíquico era superior en los parados (42%) que en los empleados (11%), que mostraban más síntomas de ansiedad, disfunción social y depresión.
En 2007, otro estudio de la Agencia de Salud Pública de Barcelona encuentra que el paro afecta más a los hombres, pero no a las mujeres, que incluso tienen peor salud mental las que tienen trabajo.
Pero lo que está claro es que no disponemos de estudios amplios, rigurosos y prolongados que permitan saber cómo afecta el paro a la salud mental, y menos que lo analicen en función de variables críticas, como la edad, el sexo, el nivel formativo, el estado civil, el nivel socio-económico, etcétera. Y aún menos podemos decir acerca de la pertinencia de las intervenciones psiquiátricas, y si a medio o largo plazo serán beneficiosas o perjudiciales.
Es evidente que si una persona se queda en paro y presenta ansiedad intensa, insomnio, baja autoestima, deterioro de la actividad y las relaciones, cogniciones pesimistas o ideas autodestructivas, hay que intervenir. Esa persona está enferma, pero, cuidado, el paro no es la enfermedad, ni todas las personas que se queden en paro enfermarán de esa manera.
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